15 de octubre de 2012

'El libro de las maravillas', de Fernando Clemot


Un ovillo de recuerdos, refugio de tinieblas, de sombras que caminan al lado aferradas a un pretérito sacudido por ese azar que malogra mañanas. Entre las entrañas de la memoria, del reclamo del olvido, en el papel de Rustichello o de Marco Polo, camina la obra del escritor y editor Fernando Clemot.

'El libro de las maravillas' se muestra al lector como una propuesta literaria untuosa, adherida y potente. Podría ser este un singular libro de viajes sin pretenderlo, pues aquí el viaje aparece reposado y enmarañado en los compases asincopados de una melodía, a veces quejumbrosa, que entona la memoria de varias voces, de vidas paralelas trazadas; consuelo estéril de un final, a pesar de todo, inalterable.

Portada del libro. Fuente: Google Image Search.
Un guión, un personaje que trata de desdibujar lo trazado para acariciar otros caminos no realizados, ahora soñados que descansan en las vivencias y los viajes de otros. Un pretérito que trata de recuperar en la trama y urdimbre de los vocablos. Retazos de varias voces ahora remendadas e hilvanadas magistralmente en torno al metarrelato. Así se sostiene esta novela de carácter arriesgado y resultado conquistado.  

Y es que "la memoria de nuestro pasado está parcheada muchas veces con retales de vidas ajenas, con historias que nos contaron o nos figuramos haber vivido", sostiene el autor en una ineludible reflexión que acude al lector, ahora rodeado por una multiplicidad de significados, sacudidos por un refuljo ácido. Resulta entonces inevitable adoptar el papel de Rustichello, y esperar a las historias que acuden a las orillas de otros personajes, de Bessa, Bridoso y Clara, mecidas por una memoria aquejada por el fantasma de las ocasiones perdidas. 

"Invocar los recuerdos para alimentarse de ellos [...]", nos recuerda. Vía libre.


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