13 de agosto de 2012

'El pez escorpión', de Nicolas Bouvier


Hicieron falta algo más de dos décadas para que el infatigable viajero, escritor y fotógrafo suizo Nicolas Bouvier se decidiera a contarnos la historia que encierra las páginas de este singular ejemplar, 'El pez escorpión'. Una trama que acontece en un sombrío, de gesto adusto, año 1955.

El interior de un universo alucinado y confundido se convierte en el escenario donde transcurren los paisajes de una prosa que aquí se exhibe con la densidad de un estilo magistral. Las sombras oscurecidas por la experiencia de un viaje iniciático (que comienza dos años atrás a los mandos de un legendario Fiat Topolino junto a su amigo, el pintor Thierry Vernet), emergen protagonistas en un camino descarnado, consumido por un fuerte estado febril, cicerone que le adentra en su particular Zona de Silencio.

Sacudido por un entorno deslavazado, asistimos a las profundidades de un abismo que acongoja a nuestro protagonista, enfermo y deprimido, durante siete meses, a la espera de que su situación económica y personal mejore, con la esperanza de proseguir semejante viaje.

Nicolas Bouvier en una foto de archivo. Fuente: Google.
La lectura avanza temblorosa en las sinuosidades que marca cada palabra. Una ondulación que zigzaguea en un sendero agrietado y horadado. "No se pueden imaginar hasta qué punto mi vida aquí puede ser cansada. Esta observación permanentemente a caballo entre lo real y lo oculto me mata. Mi cabeza se resiste a abrirse y me duele [...] Los empleados de correos me pierden con arrogancia esas cartas de Europa que necesito tanto como la sangre. Así que me quedé en la última, en donde ustedes me dicen que esta estadía no me sirve de nada, que la Isla me está quemando los nervios y que no es posible encargarse de lo que les envío, pues el lector occidental no está preparado. Estoy de acuerdo, pero viajo para aprender y nadie me había enseñado lo que estoy descubriendo aquí".

Afligido por una realidad desconcertante y descompuesta, sorprende la lucidez con la que el autor rememora, desde la consistencia que proporciona el espíritu reposado, su estadía en tierras que acarician al subcontinente indio. La reflexión asoma su perspicacia y sensatez en este viaje desmoronado, pues como señala Bouvier "no se viaja para adornarse de exotismo y de anécdotas como un árbol de Navidad, sino para que el camino nos desplume, nos enjuague, nos exprima [...]. Se aleja uno de las coartadas, de las maldiciones natales [...]. Sin ese desapego y esa transparencia, ¿cómo esperar que los demás vean lo que uno ha visto? Volverse reflejo, eco, corriente de aire, mudo invitado al pequeño rincón de la mesa antes de decir cualquier cosa".

Una interrogación continuamente suspendida planea sobre la superficie de cada página, y da cuenta de esta existencia cuyo sentido, por lo general, se nos escapa. Una lección surcada en el delirio, discreta, murmurada y coherente. El viaje como objeto de metamorfosis.

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